ORACIÓN: El camino del Evangelio
Dios, Padre bueno, queremos seguir a Jesús
por el camino de las bienaventuranzas.
Por eso, ayúdanos Tú, hoy y siempre, a
ser pobre en el corazón.
Reaccionar con humilde mansedumbre.
Saber llorar con los demás.
Buscar la justicia con hambre y sed.
Mirar y actuar con misericordia.
Mantener el corazón limpio de todo lo que mancha el amor.
Sembrar PAZ a nuestro alrededor.
Aceptar cada día el camino del Evangelio.
Aunque nos traiga problemas.
Las Bienaventuranzas son el carnet de identidad del cristiano. Nada es más iluminador que volver a las palabras de Jesús y recoger su modo de transmitir la verdad. Jesús explicó con toda sencillez qué es ser santos al dejarnos las bienaventuranzas (Mt 5,3-12. Lc 6,20-23). Si nos preguntamos “¿cómo ser un buen cristiano?”, tenemos la respuesta: hacer cada uno a su modo, lo que nos dice Jesús en el sermón de las bienaventuranzas.
El término “feliz” o “bienaventurado”, pasa a ser sinónimo de “santo” ya que expresa que la persona que es fiel a Dios y vive su Palabra en la entrega de sí, alcanzando la verdadera dicha.
Las palabras de Jesús nos pueden parecer poéticas; pero van muy contracorriente a lo que se acostumbra hoy en día. El mensaje de Jesús nos atrae, pero el mundo nos lleva hacia “otro estilo de vida”. Las bienaventuranzas no son algo liviano o superficial; sólo podemos vivirlas si el “Espíritu Santo nos invade con toda su potencia, nos libera de la debilidad del egoísmo, de la comodidad, del orgullo”.
Escuchemos a Jesús, con amor y respeto, que merece como Maestro. Permitámosle que nos golpee con sus palabras, nos desafíe, que nos interpele a un cambio real de vida, si no la santidad será sólo palabras.
“Felices los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos”
El Evangelio nos invita a reconocer la verdad de nuestro corazón, ver dónde colocamos la seguridad de nuestra vida. El rico se siente seguro con su riqueza, cuando está en riesgo se desmorona. Jesús nos lo advierte en la parábola del “rico insensato: que podría morirse ese mismo día” (Lc 12, 16-21).
Esta pobreza de espíritu está muy relacionada con la “santa indiferencia” de San Ignacio de Loyola: “Es menester hacernos indiferentes a todas las cosas criadas, en todo lo que es libre y no está prohibido… de modo que no queramos más salud que enfermedad, riqueza que pobreza, honor que deshonor, vida larga que corta… y todo lo demás”.
- Lucas no habla de “pobreza de espíritu”, sino de ser “pobres” (Lc 6,20). Nos invita a una existencia austera y despojada. Nos convoca a compartir la vida con los más necesitados. Configurarnos con Cristo que “siendo rico se hizo pobre” (2 Cor 8,9).
Ser pobres en el corazón, esto es santidad.
“Felices los mansos, porque heredarán la tierra”.
Es una expresión fuerte, porque clasificamos a los demás por sus ideas, costumbres, su forma de hablar o vestir. Es el reino del orgullo y vanidad, donde cada uno está por encima del otro. Jesús propone otro estilo: la mansedumbre. La practicaba con sus discípulos, en su entrada en Jerusalén: “Mira a tu rey, que viene a ti, humilde, montado en una borrica” Mt 21,5, Za 9,9).
“Aprended de mi, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas” (Mt 11,29). Si vivimos tensos, engreídos; acabamos cansados y agotados. Mirar con ternura y mansedumbre, sin sentirnos más que los demás, podremos dar una mano a quien lo necesita. Decía Teresa de Lisieux: “la caridad perfecta consiste en soportar los defectos de los demás, en no escandalizarse de sus debilidades”.
La mansedumbre es un fruto del Espíritu Santo (Gal 5,23). Propone que si hay que corregir al hermano, hacerlo con: “espirito de mansedumbre” (Gal 6,1); y recuerda: ·también tú puedes ser tentado” (Gal 6,2). En la Iglesia muchas veces nos hemos equivocado por no acoger esta exigencia de la Palabra divina.
La mansedumbre es expresión de pobreza interior, de quien deposita su confianza sólo en el Señor. Es mejor ser siempre mansos. Así se cumplirán nuestros mayores anhelos: los mansos “poseerán la tierra”; verán cumplidas en sus vidas las promesas de Dios y gozarán de inmensa paz (Sal 37,9.11). El Señor confía en ellos: “En ese pondré mis ojos, en el humilde y el abatido, que se estremecerá ante mis palabras” (Is 66,2).
Reaccionar con humilde mansedumbre, esto es santidad.
“Felices los que lloran, porque ellos serán consolados”
El mundo mira hacia otra parte cuando hay problemas de enfermedad o dolor en la familia, en su entorno. No quiere llorar; prefiere ignorar las situaciones dolorosas, cubrirlas, esconderlas. El mundo no quiere llorar, pero nunca falta la cruz.
Quien ve las cosas como realmente son, se deja traspasar por el dolor y llora en su corazón, es capaz de tocar las profundidades de la vida y ser auténticamente feliz. Con el consuelo de Jesús puede atreverse a compartir el sufrimiento ajeno y no huye de las situaciones dolorosas. De este modo la vida tiene sentido: comprendes el dolor, la angustia ajena. Lo hace “carne de su carne”. Según S. Pablo “Llorar con los que lloran” (Rom 12,15).
Saber llorar con los demás, esto es santidad.
“Felices los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos quedarán saciados”
“Hambre y sed” son experiencias intensas, responden a necesidades primarias: instinto de sobrevivencia. Jesús dice que “serán saciados”, ya que tarde o temprano la justicia llega y todos podemos colaborar para que sea posible.
La justicia que propone Jesús no es como la que busca el mundo, manchada por intereses mezquinos, manipulada por uno y otro lado. Es fácil entrar en este rol y entrar en la política del doy para que me den, donde todo es un negocio. Se sufre con la injusticia y nos quedamos observando cómo muchos se reparten la torta de la vida. Nos cansamos, a veces, de luchar por la verdadera justicia. Esto no tiene nada que ver con el hambre y la sed de justicia que Jesús elogia.
La justicia empieza haciéndose realidad en la vida de cada uno, en sus propias decisiones y se expresa buscando la justicia para los pobres y débiles. “Justicia” puede ser sinónimo de fidelidad a la voluntad de Dios. Le damos un sentido que se manifiesta en la justicia con los desamparados. “Buscad la justicia, socorred al oprimido, proteged el derecho al huérfano, defended a la viuda” (Is 1,17).
Buscad la justicia con hambre y sed, esto es santidad.
CANTO
Bienaventurados seremos, Señor
Seréis bienaventurados /
los desprendidos de la tierra.
Seréis bienaventurados /
porque tendréis el cielo
Seréis bienaventurados /
los que tenéis alma sencilla.
Seréis bienaventurados /
vuestra será la tierra.
Seréis bienaventurados /
los que lloráis, los que sufrís.
Seréis bienaventurados /
porque seréis consolados.
Seréis bienaventurados /
los que tenéis hambre de Mí.
Seréis bienaventurados /
porque seréis saciados.
Seréis bienaventurados /
porque tenéis misericordia.
Seréis bienaventurados /
porque seréis perdonados.
Seréis bienaventurados /
los que tenéis el alma limpia.
Seréis bienaventurados /
los que veréis a Dios.
Seréis bienaventurados /
los que buscáis siempre la paz.
Seréis bienaventurados /
hijos seréis de Dios.
Seréis bienaventurados /
los perseguidos por mi causa.
Seréis bienaventurados /
porque tendréis mi Reino.
“Felices los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia”
La misericordia tiene dos aspectos: 1) dar, ayudar, servir… 2) perdonar, comprender… Regla de oro: “Todo lo que queráis que haga la gente con vosotros, hacedlo vosotros con ella” (Mt 7,12).ser misericordioso es dar y perdonar, reproducir en nuestras vidas un reflejo de la perfección de Dios, que da y perdona sobreabundantemente. San Lucas nos dice: “sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso; no juzguéis y no seréis juzgados; no condenéis, y no seréis condenados: perdonad, y seréis perdonados; dad y se os dará” (Lc 6,36-38). “Con la medida con que midiereis se os medirá” (Lc 6,38). No nos conviene olvidarlo.
Jesús no dice: “Felices los que planean venganza”, sino, llama felices a los que perdonan “setenta veces siete” (Mt 18,22). Todos nosotros somos un ejército de perdonados. Hemos sido mirados con compasión divina.
“Mirar y actuar con misericordia, esto es santidad”.
“Felices los de corazón limpio, porque ellos verán a Dios”
Se refiere a quienes tienen un corazón sencillo, puro, sin suciedad. Un corazón así, que sabe amar, no deja entrar en su vida, nada que atente contra ese amor, que lo debilite o ponga en riesgo. “El hombre mira la apariencias, pero el Señor mira el corazón” (1 Sam 16,7).
Tenemos que cuidar el corazón (Prov 4,23). Nada manchado por la falsedad tiene un valor real para el Señor. Él “huye de la falsedad, se aleja de los pensamientos vacios” (Sab 1,5). El Padre, que “ve en lo secreto” (Mt 6,6), reconoce lo que no es limpio, lo que no es sincero, sino sólo apariencia. El Hijo sabe bien “lo que hay dentro de cada hombre” (Jn 2,25).
No hay amor sin obras de amor. El Señor espera una entrega al hermano que brote del corazón: “Si repartiera todos mis bienes a los necesitados; si entregara mi cuerpo a las llamas, pero no tengo amor, de nada me serviría” (1 Cor 113,3). “Lo que viene de dentro del corazón es lo que contamina al hombre” (Mt 15,18). En las intenciones del corazón se originan los deseos y decisiones: buenas y malas.
Cuando el “corazón ama a Dios y al prójimo” (Mt 22,36-40). Si esa intención es verdadera y no palabras vacías, ese corazón es puro y puede ver a Dios. “Ahora vemos como en un espejo, confusamente. Cuando reine el amor, seremos capaces de ver cara a cara” (1 Cor 13,12). Jesús promete que los de corazón puro verán a Dios.
Mantener el corazón limpio de todo lo que mancha el amor, eso es santidad.
“Felices los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios”
Somos agentes de enfrentamientos o malentendidos. Ej. Si escucho algo de alguien y voy a otro y se lo digo, o hago una nueva versión y, si logro hacer más daño, parece que me sienta mejor. El mundo de las habladurías y críticas, se dedica a destruir, no a construir. Esta gente es enemiga de la paz, para nada bienaventurada.
Los pacíficos son fuente de paz, construyen paz y amistad social. Jesús les hace una hermosa promesa: “Ellos serán llamados hijos de Dios” (Mt 5,9). Jesús pedía que al llegar a una casa dijeran: “Paz a esta casa” (Lc 10,5). La Palabra de Dios exhorta a cada creyente a buscar la paz junto con todos (2Tim 2.22). “el fruto de la justicia se siembra en la paz para quienes trabajan por la paz” (Sant 3,18). Si tenemos dudas acerca de lo que hay que hacer, “procuremos lo que favorece la paz” (Rom 14), porque la unidad es superior al conflicto.
Para nada es fácil esta paz evangélica que no excluye a nadie, sino que integra a las personas difíciles, complicadas, que reclaman atención, que son diferentes, son golpeados por la vida o tienen otros intereses. Requiere una gran amplitud de mente y de corazón. Porque no es un proyecto de “unos pocos para unos pocos”, se trata de ser artesanos de la paz. Ya que construir la paz es un arte que requiere serenidad, creatividad, sensibilidad y certeza.
Sembrar paz a nuestro alrededor, esto es santidad.
“Felices los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos”
Jesús recuerda que los que son o han sido perseguidos por luchar por la justicia, por vivir comprometidos con los y por los demás; siguiendo un camino contracorriente, son personas que molestan. “Quien quiera salvar su vida la perderá” (Mt 16,25).
Se vuelve difícil vivir el Evangelio, muchas veces las ambiciones del poder o intereses mundanos juegan contra nosotros. Decía S Juan Pablo II: “esta alienada sociedad, de producción y consumo, hace muy difícil la donación de sí y la solidaridad interhumana”. Impide un auténtico desarrollo humano y social; así es difícil vivir las bienaventuranzas.
La cruz, los cansancios y dolores, que soportamos por vivir el mandamiento del amor, y camino de la justicia, es fuente de maduración y santificación. El Nuevo Testamento, habla de los sufrimientos soportados por la persecución por el Evangelio (Hch 5,41; Flp 1,29;Col 1,24; 1Pe 2,20, 4,14-26; Ap 2,10).
Hablamos de persecuciones inevitables, no las que ocasionamos nosotros de modo equivocado de tratar a los demás. Un santo no es alguien raro, lejano, insoportable por su vanidad, negatividad o resentimientos. Hechos nos cuenta con insistencia, que ellos gozan de la simpatía “de todo el pueblo” (2,47; 4,21-33; 5,13). Mientras otros los acosaban y perseguían (4,1-3; 5,17-18).
Las persecuciones no son cosa del pasado, hoy también las sufrimos, de manera incruenta o de tantos mártires contemporáneos, por calumnias y falsedades. Jesús dice que habrá felicidad cuando: “os calumnien de cualquier modo por mi causa” (Mt 5,11).
Aceptar cada día el camino del Evangelio aunque nos traiga problemas, esto es santidad.
El gran protocolo es buscar la santidad que agrada a Dios: “Porque tuve hambre y me disteis de comer; tuve sed y me disteis de beber; fui forastero y me hospedasteis; estuve desnudo y me vestisteis; enfermo y me visitasteis; en la cárcel y vinisteis a verme” (Mt 25-36).
Ser santos es descubrir a Cristo en el rostro de los sufrientes. Reconociendo sus sentimientos y opciones más profundas en las que, cada santo, intenta configurarse.
Aceptar las exigencias de Cristo sin excusas, con sincera apertura, sin comentarios. El Señor nos dejó bien claro que la santidad no puede entenderse ni vivirse al margen de estas exigencias. La misericordia es el “corazón palpable de Evangelio”.
Tenemos que reconocer la dignidad de todo ser humano. Reaccionando con fe y caridad ante las necesidades de este. Son personas amadas infinitamente por el Padre. Son imágenes de Dios, redimidas por Jesucristo. ¿Se puede ser cristiano, o entender la santidad, viviendo al margen del reconocimiento de la dignidad de todo ser humano?
Buscar un cambio social implica para los cristianos una sana y permanente insatisfacción. Aliviar a una sola persona justificaría nuestros esfuerzos, eso no nos basta. No se trata de realizar algunas obras, sino de buscar un cambio para que no haya exclusión.
Las ideologías nos pueden llevar a errores. Se puede convertir el cristianismo en una especie de ONG. Podemos borrar esa mística luminosa que vivieron y manifestaron S. Francisco de Asís, S. Vicente de Paul, Sta. Teresa de Calcuta y tantos otros. A estos santos ni la oración, ni el amor de Dios, ni la lectura del Evangelio les disminuyeron la pasión o eficacia de su entrega al prójimo, sino todo lo contrario.
Es nocivo e ideológico vivir sospechando del compromiso social de los demás. La defensa del inocente no nacido, debe ser clara, firme y apasionada. Está en juego la dignidad de la vida humana, siempre sagrada. Igualmente lo es la vida de los pobres ya nacidos, que se debaten en la miseria, abandono, la postergación, trata de personas, eutanasia encubierta en enfermos y ancianos privados de atención, la esclavitud…
No podemos plantearnos un ideal de santidad que ignore la injusticia de este mundo, donde unos viven a lo grande presos de la sociedad de consumo, mientas otros, sólo miran desde fuera y su vida pasa y se acaba miserablemente.
Frente al relativismo y los límites del mundo actual, un asunto menor seria la situación de los migrantes. Que digan esto los políticos, preocupados por sus éxitos, se puede comprender. Pero no un cristiano. ¿Podemos reconocer que esto es lo que nos reclama Jesucristo al decir: “que a Él mismo lo recibimos en cada forastero? (Mt 25,35). Acoger a los migrantes pobres y peregrinos “como a Cristo”.
En Antiguo Testamento se dice: “No maltratéis ni oprimáis al emigrante, vosotros lo fuisteis en Egipto” (Ex 22,20). Nosotros en el contexto actual, estamos llamados a vivir el camino de iluminación espiritual. Isaías se preguntaba lo que agradaba a Dios: “Partir el pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo, cubrir a quien ves desnudo y no desentenderte de los tuyos. Entonces surgirá tu luz como la aurora” (Is 58,7-8).
Nuestro culto agrada a Dios, cuando allí llevamos los intentos de vivir con generosidad y dejamos que el don de Dios que recibimos en Él se manifieste en la entrega a los hermanos.
La misericordia no es sólo el obrar del Padre, sino que ella se convierta en el criterio para saber quiénes son realmente sus verdaderos hijos. Es la viga maestra que sostiene la vida de la Iglesia. La misericordia no excluye la justicia y la verdad, sino que es la plenitud de la justicia y la manifestación más luminosa de la verdad de Dios. Es la llave del cielo.
Santo Tomás de Aquino, se planteaba qué acciones eran más grandes o acciones, eran más agradables a Dios. Sin dudar son, las obras de misericordia con el prójimo, más que los actos de culto.
Quien de verdad quiera dar gloria a Dios con su vida, anhele santificarse y que su existencia dé gloria a Dios, está llamado a obsesionarse, desgastarse y cansarse para vivir las obras de misericordia.
La fuerza del testimonio de los santos, está en vivir las bienaventuranzas y el protocolo del juicio final. El cristianismo es para ser practicado y es objeto de reflexión, para vivir el Evangelio en la vida cotidiana.
ORACIÓN
(Transformamos en oración la propuesta del Papa Francisco el 1 de noviembre de 2026, en la homilía de la Misa que presidió en Malmo. “Vivamos estas situaciones con espíritu renovado y actual)
Bienaventuranzas ante el dolor de nuestra época
Señor, queremos afrontar
Los dolores y angustias de nuestra época
con el espíritu y amor de Jesús.
queremos vivir con espíritu renovado y siempre actual.
Las nuevas situaciones de nuestro mundo
para que así nos puedan llamar bienaventurados
también a nosotros y seamos felices de verdad.
Ayúdanos a soportar con fe
los males que otros nos infligen y a perdonar de corazón.
Ayúdanos a mirar a los ojos a los descartados y marginados
mostrándoles cercanía.
Ayúdanos a reconocer a Dios en cada persona
y luchar para que otros también lo descubran.
Ayúdanos a proteger y cuidar la casa común.
Ayúdanos a renunciar al propio bienestar
por el bien de otros.
Ayúdanos a rezar y trabajar
por la plena comunión de los cristianos.
Así seremos portadores de la misericordia y ternura de Dios
y recibiremos ciertamente de Él la recompensa merecida.
Y entonces también nosotros seremos bienaventurados.
Trabajo personal
Leemos el tema aplicándolo a nuestra realidad personal.
Subrayando las ideas que me resulten más sugerentes para mi vida.
Pongo un interrogante en la frase que me cuestiona.
Trabajo en grupo
¿Qué frase del tema me ha resultado más iluminadora?
¿Cuál me cuestiona, me inquieta o interpela?
¿Dónde pongo la seguridad de mi vida?
El mundo no quiere llorar.
¿Prefiero ignorar las situaciones dolorosas, cubrirlas, esconderlas?
¿Tengo la seguridad de que en mi vida no puede faltar la cruz?